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viernes, 26 de febrero de 2016

Una vida

Aunque muchas veces me parezca mentira mirando a mi alrededor en ese momento del día en el que ya están dormidos y solo quedan los restos de la batalla campal que han dejado tras de sí, lo cierto es que este barco que es la casa, va saliendo a flote. Quiero decir: en esta casa se ponen lavadoras, todos los días hay ropa limpia (que no planchada), en la nevera hay siempre alguna verdura, los lunes el niño sale hacia el cole con su tacita limpia, nunca me he quedado sin pañales, echo gasolina en el momento preciso justo antes de quedarme tirada, las plantas del jardín son solidarias y no han muerto pese a que ha llovido poco -dep la pobre begonia, que tiró la toalla-, tengo un lugar (iba a poner despacho, que era la idea que yo tenía en mi mente contaminada por mil catálogos de Ikea) de trabajo donde puedo sentarme a escribir los encargos, la tele no está puesta todo el día, Laniña está casi siempre sonriendo colgada en su pañuelo -aquí cualquier sistema de porteo se llama pañuelo, por simplificar-... vamos, que podemos pasar por una familia organizada sin ningún tipo de problema. Contado así, claro. 

El centro de operaciones en un día despejadito
y apuntando al techo, que siempre sale mejor
parado en cuanto a orden y limpieza se refiere.
La cruda realidad es que quien se presente aquí así, sin avisar, encontrará un panorama como el que sigue: hay ropa limpia, sí, pero el tendedero siempre está hasta arriba y es lo primero que se ve nada más entrar; en la nevera hay verduras, claro, pero seguramente haya también algún tipo de fruta, magdalena industrial, bote de especias o vaso de leche desperdigado por el salón o vete a saber tú por dónde; la tacita del cole la lavo un minuto antes de salir y alguna vez he tenido que volver a por ella in extremis; los pañales se multiplican como panes y peces con esta segunda maternidad, no sé si es que la percepción de "pañal en estado crítico" ha variado y es más permisiva ahora que tengo que controlar a dos en lugar de a uno; lo de la gasolina es gracias a que el coche me va diciendo en una agónica cuenta atrás los kilómetros que faltan para quedarme tirada con dos enanos sin la merienda a mano; el tema de las plantas lo achaco a que de vez en cuando M. dice que va a salir a echarles un vasito de agua aunquesea; y el lugar para escribir que en mi mente iba a ser un despacho, en realidad parece durante todo el día salvo un rato por la mañana un campo de minas en forma de pieza de construcción, rotulador, cochecito, cacerolita, peluchito, cojincito y lamadrequeloparió...

Y el salón, esa estancia que durante cuatro o cinco meses en el pasado fue un lugar lleno de feng shui, digno de un par de culturetas solo interesados en libros y discos... es, a día de hoy, lo más parecido al Imaginarium que alguien se pueda imaginar: la mesa vive llena de gomets, hay una guirnalda que dejaron colgada los Reyes y que no hay un dios que quite de ahí, aparecen secuaces de Rayo McQueen allá donde te imagines, el mando de la tele desaparece una media de cuatro veces al día, a veces está el suelo lleno de verduras (es un huerto) que no se pueden recoger hasta que llegue el momento de la recolecta, la escalera se llena a diario de cosas "que son de arriba"... 

Por recapitular: que aquí las visitas encuentran desorden, ropas a medio doblar, fotos enganchadas a los espejos, guirnaldas, pelusas, huertos, disfraces tirados, jardines frondosos y abandonados... pero también música siempre puesta, bizcochos horneándose, una montaña de cúrcuma en medio de la cocina, la Patrulla Canina  o Karlos Arguiñano de fondo, coches imaginarios, volcanes imaginarios,  un trombón sonando, un artículo a medio escribir, una niña que aprende a gatear con la coleta medio deshecha y partida de risa, un niño que salta de la mesa al sofá, del sofá a la moto, de la moto al taburete... Vamos, lo que viene siendo una vida. 

Ni tan mal :)