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miércoles, 9 de octubre de 2013

La tortura de la gallina

Este hijo mío, también conocido como M., es un niño que hasta hace relativamente poco tiempo pasaba de la tele y de los dibujos en general. Yo le ponía por las mañanas Pocoyo y Dora la Exploradora y a los pocos minutos, me veía a mí misma, mientras mojaba la galleta, diciendo: ¡reeeed, reeeeed, la fruta es reeeeeeeeeeeeeeeeed! Y efectivamente, el narrador decía: red; y yo sacaba le puño y lo echaba pa´lante y pa´tras,  así con ese gesto que suele acompañar a la palabra ¡tomaaaa! Digno de ver, de verdad. Solía girar la cabeza a derecha e izquierda para cerciorarme de que estaba sola.
Momento pre-Galllina
Pero como digo, esto era en el pasado. En la crianza de M., ha habido un antes y un después con la llegada de unos dibujos, recomendados por una buena amiga, que han hecho de mis mañanas un remanso de paz. O casi. Os hablo, como no podía ser de otro modo, de la Gallina Pintadita. Son unos vídeos musicales, con karaoke y todo, ojo, en los que una serie de personajes adorables cantan, bailan, viven en un mundo de color. Está Mariposita, está Cucharachita, está el Gallo Corocó, está el Sapo, y está toooda la banda musical, incluido un saltamontes bajista que se pone el instrumento hasta por la espalda, a lo chulesco. No les falta detalle.
A veces, aunque yo mientras estaba embarazada pensaba para mí un montón de cosas tontas como que no sería tan mala madre de poner la tele a los pequeños hasta los tres años, hace falta tirar de animación. Y yo he creado un monstruo. Lo peor es que está en mi mano. Yo sé que la voy a liar cuando se lo pongo, pero a veces no me queda otra opción, necesito veinte minutos para lo que sea. Y aunque él no me lo pide, sé que una vez puesto el youtube, no hay salida: me espera un buen rato de fondo musical gallinesco.
No os penséis que M. se queda como un gatito de escayola mirando a la pantalla, no, no. A él lo que le mola es tenerlo de fondo. Mientras da vueltas a la mesa, Mariposita prepara chocholate para la madrina (y potí potí, pata de palo, ojo de vidrio y naris de guacamayo- yo), los pollitos van en busca del doctor y la palomita blanca se liga al apuesto palomo por la ventana. Y ay de mí como se pare el vídeo, o se acabe o se pire el internet o pase algo que interrumpa la sesión: M. se para en seco, esté haciendo lo que esté haciendo, señala la pantalla, frunce el ceño y grita: uuuuuuuuuuuh. El primera día hasta me acojoné. Pero bueno, le vuelvo a dar al play y recupero, así como por arte de magia, la paz en mi hogar.
Bueno, que a un enano de un año y veintiún días esto le guste, es maravilloso, es bueno, es educativo, es una buena estimulación y bla bla bla. Pero últimamente, estoy alerta. Estoy alerta porque han comenzado a pasar cosas extrañas en la casa: el otro día, mientras organizaba mis apuntes, me sorprendí cantando la canción del Sapo. En bucle. Una y otra vez. Hay que ver, pensé para mí, qué melodía tan graciosa. Pero cuando, a las doce y pico de la noche, ya en la cama, no era capaz de sacarme el soniquete de la cabeza, empecé a preocuparme. Durante todo ese tiempo que pasa desde que una empieza a dormirse hasta que se duerme del todo, fui incapaz de dejar de cantar el sapo no se lava el pie, no se lava porque no quiere.
Digo más, todas y cada una de las veces que me desperté esa noche -y son muchas veces las que me despierto de noche porque éste no abandona la teta ni a la de tres-, estaba cantando él vive en la laguna y no se lava el pie porque no quiere, ¡qué apestoso! Vamos,porque esos momentos amoroso-festivos entre padre y madre no suelen darse a esas horas con el enano de por medio, pero yo juro, aquí y ahora, que no hubiera sido capaz de estar en condiciones de darle al tema porque no hubiera podido dejar de cantar la canción del Sapo.
Y ya el remate me lo doy el padre de la criatura esa mañana, cuando se vestía para irse a currar: mientras se ataba las zapatillas, me pareció escuchar un fragmento del vídeo del pollito amarillito. Dije joder qué obsesión de verdad, qué acabe ya esta tortura. Pero no. No era obsesión: el padre me acabó confesando que hace días que no deja de canturrear la canción del pollito, que se tiene que quitar los cascos del iPod porque el pollito puede con Axl, con Dylan, con Chris Robinson, con Jagger.
Y él se fue cabizbajo al trabajo pensando qué hacer para sacarse al puto pollo de la cabeza, y yo me quedé en la cocina, tirada por el suelo de la risa que me daba de imaginarle camino del autobús, por las calles todavía casi sin poner de Galapagar, cruzándose con los trabajadores de la mañana como él, y cantando para sí: miiii pollito amarilliiiiito en la palma de mi mano (!de mi mano!), cuando quiere comer bichitos él rasca el piso con sus piesitos; él aletea muy felis pío, pío, pero tiene miedo y es del gavilán. 
Lo más chungo de todo, es que esto no tiene visos de cambiar. Tenemos -todos- Gallina Pintadita pa´rato.

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