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lunes, 7 de octubre de 2013

La de los círculos

Hoy, por primera vez desde que nació M., nos hemos separado para un rato largo. Y no ha sido circunstancial o de casualidad, no, no. Esta separación forma parte de un plan serio, de un plan bien trazado que tiene como objetivo último el que yo, a estas alturas del año que viene, sea una profe de historia en algún instituto de la Comunidad de Madrid.
Preparándonos para la aventura
El plan es el siguiente: lunes, jueves y viernes, el nene se queda de diez a dos con mi madre, mientras yo me traslado a escasos kilómetros -creo que dos- a la biblioteca de la universidad a prepararme las oposiciones para el verano del año que viene.
Hemos empezado con buen pie, tanto el enano como yo. Bueno, el enano mejor que yo, todo hay que decirlo: cuando he llegado a por él un rato antes de lo que debería (ahora os cuento por qué), estaba con mi madre pisando con alegría una plancha de arcilla para dejar recuerdo embarrado de sus huellas a día de hoy. Anteriormente, habían recogido tomates del huerto, hecho el puré, echado la siesta, bailado el tiburón e ido a por el pan. En todo ese tiempo, yo me he enfrentado por primera vez a un temario de oposición. Tengo que confesar que la mañana se me ha ido en asimilar a lo que me enfrento, pero oye, como toma de contacto no ha estado mal.
He llegado a la biblioteca con mi cartera de toda la vida, sintiéndome como si no hiciera un año que no pisaba una universidad. He llegado a la bibliteca, he buscado un sitio dónde poder enchufar el portátil y he desplegado el campamento. Lo llevaba bien, ¿eh? Leer, subrayar, apuntar, resumir…oye, como montar en bici, que no se olvida. Estaba tan metida en mi mundillo estudiantil que tengo que confesar que casi, casi, casi, he conseguido no pensar en M. más de lo estrictamente necesario. Ni una miserable foto he mirado en todo el rato, ¡un record! Estaba yo misma asombrada de mi propia capacidad para concentrarme en el estudio, cuando ha pasado algo. He empezado a notar una sensación conocida, una sensación que ya empezaba a quedar un poco alejada en el tiempo, guardada entre el montón de recuerdos de los primeros meses de ejercer de madre: se me ha salido la leche. No había contado yo con el factor destete temporal al que iba a someter a M., el cual ha sido tan repentino que claro, ha terminado por rebosar.
Cuando me he querido dar cuenta, tenía dos círculos perfectos, uno en cada teta. Y no tenía chaqueta para taparme. Ha sido pasarme eso y de pronto empezar a sintonizar con las conversaciones que las estudiantes cuchicheaban a mi alrededor: qué te vas a poner para el viernes, qué tal el otro día con éste cuando os dejamos solos, qué coñazo de asignatura, calla que viene Fulano. En ese momento me he dado cuenta de que yo era una jovenzuela, sí, igual no tanto como ellas pero bastante próxima, con dos círculos de leche mostrando la capacidad de mis peras y pensando en que no tenía yogures para darle de merendar al churumbel. Me he sentido un poco abueli, la verdad.
En este momento, cuando he constatado que estaba soltando leche y que a mi alrededor las muchachas suspiraban por un polvete en el baño del Palacio de Gaviria,  he empezado a recoger el campamento y a intentar tapar el asunto lactante de la mejor manera posible, ya que tenía que enfrentarme a un buen trecho hasta el coche, un trecho plagaíto de pijazos fumando con los dedos estirados a la salida de la biblioteca que ya me habían mirado al entrar por desconocida – es un campus chiquitín-, y a los que voy a tener que ver tres días en semana mínimo durante varios meses. Como comprenderéis, no quiero ser conocida como la de los círculos.
En fin, al llegar a casa de mi madre bastante antes de lo que debería, ella y mi hermano  se partían de la risa, no sé si por los círculos delatores o por la carrerita que me he echado hasta M., mi M. chiquitín abandonado por unos cuantos apuntes y al que de pronto he necesitado abrazar fuerte, me han venido juntas todas las ganas de verle acumuladas de ese ratín en la biblioteca.
Pero más me vale acostumbrarme, a echarle en falta y a volver a ponerme discos absorbentes, por lo menos hasta que se regule el tema y mis pechis se acostumbren a que, de momento, se cierra el chiringuito de diez a dos.


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