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miércoles, 25 de septiembre de 2013

In the middle

Que a veces hay que darle al bebé lo que sea, ya, ahora mismo, lo que esté más a mano para que nos deje acabar de comprar la fruta, es por todas sabido. M., claro está, no es una excepción. De hecho, de los bebés que me rodean, podría decir que es de los más cabezotas e inquietillos.
Un middle como otro cualquiera
A él ir en la mochila es que le encanta. Ve que me la estoy poniendo y se le forma una sonrisa todavía más bonita de lo habitual, da palmitas, me echa las manitas, en fin, se comporta como un niño al que le mola ir a la calle, vaya. A mí personalmente me gusta más sacarle en la mochila que en el carro: Galapagar es un pueblo sembraíto de regalos perrunos en las aceras, no hay rampitas, y mi casa está por así decirlo en la parte baja, de modo que para ir a la plaza, el centro neurálgico alrededor del cual se reparten todos los comercios vitales, tengo que tirar cuesta arriba, sortear obstáculos, subir escalones, bajarlos…este tipo de aventura diaria es demasiado para mí, me cuelgo al retoño y santas pascuas. Cuando tengas dos…cuando tengas dos, ya veremos cómo nos apañamos.

El caso es que mientras caminamos, no hay ningún problema: los pajaritos cantan, las nubes se levantan, M. parlotea, yo respiro, las abuelicas nos saludan, el mundo gira lento y maravilloso. Pero claro, casi todo paseo tiene una seria de metas, unos objetivos, más allá de estirar las piernas y hacer algo de ejercicio. Hay que hacer compras, hay que parar cuando encontramos a algún conocido, hay que saludar a los tíos en la panadería. Y esto de las paradas, es el punto débil de M. No lo soporta. Según nota que reduzco el paso, se va poniendo nervioso, se va poniendo tenso y, porque no puede hablar, que estoy segura de que si no me diría, mamá, no te pares por favor, quiero acción y no que me anden sobando los mofletes y dándome pellizquitos y pidiéndome con voz de pito ¡di hola, di hola, di hola!
Pero como parar hay que parar, se me ha hecho necesario, a lo largo de este año en el que madre e hijo nos hemos ido conociendo, llevar a cabo una serie de maniobras de distracción que me den ese margen de unos cuantos minutos que necesito para comprar o hacer las gestiones que sean sin parecer el correcaminos. Y esas maniobras no son otras que las mundialmente conocidas como darle cositas: trozos de pan, tickets, las llaves, hojitas que cogemos por el camino, un aspito alguna que otra vez.
Y las coge, las coge. Él las coge hasta que se aburre. Y cuando esto ocurre, no sé la razón, en lugar de hacer lo que hace cuando está en tierra -tirarlas a tomar viento fresco sin miramientos-, las va acumulando…ahí. In the middle. En mi canalillo.
No me importa, ¿eh? Con esto de la lactancia, canalillo hay pa´dar y tomar. Yo le dejo lo que necesite para distrarse esos minutos, y lo malo es que se suele olvidar. Y como él lo deja ahí y no se caen, pues ni me acuerdo… hasta que me tengo que acordar a la fuerza: las llaves si estoy frente a la puerta de casa ya de vuelta, el dni si tengo que pagar en la tienda de al lado…este tipo de cosas. Total, nada del otro mundo cuando los únicos humanos presentes en la faz de ese cacho de Tierra somos M. y yo.
Pero yo soy una mujer dispuesta, a mí cuando me parar por la calle y me preguntan, hago lo imposible por ayudar: si es la hora, saco el móvil de las profundidades de la mochila así me cueste diez minutos; si es un chicle, y después de repetir unas cuantas veces eso depero que si quiero o que si tengo, pues lo doy; que me preguntan por el parking municipal, pues si es preciso hasta les acompaño a la entrada. Y un día, pasó que me preguntaron por la farmacia, en la que casualmente yo había estado un ratillo antes, y donde había dado a M. un papelito de esos con los horarios de guardia que hacen en cada pueblo mientras esperábamos la cola, que ese día era larguita y de las de parejas de ancianos recién salidos del ambulatorio con el tocho de recetas.
pechis
Tipo otoño, sin riesgos.
Total, que al rato un hombre me paró:¿disculpe, la farmacia más cercana? Y era de esas veces que una se encuentra muy mal situada para indicar, porque hay que decir trece mil veces eso de la primera a la derecha, la tercera a la izquierda y otra vez a la derecha. Así que, mientras liaba la cabeza al hombre con tanta indicación, me acordé del papelito, donde hay un mapa con la localización de cada farmacia. Y acudí presta a enseñárselo. Y el papelito estaba ahí, bien arremetido hacia abajo, bien guardadito in the middle. Lo saqué como pude mientras me excusaba: un momento, parece que ya, a ver si ahora, ¡sí! !aquí! ¡tome!
Cuando me di cuenta de lo que acababa de pasar -y de lo que acababa de enseñar, porque en verano es complejo el tema del porteo discreto-, subí la mirada así lentamente, primero las pupilas y luego las gafas, y miré al hombre.
No sé quién pasó más vergüenza, si yo arrugando el papelito en la mano haciendo como que no le acababa de ofrecer el plano recalentao de ir entre mis pechis, o el hombre haciendo como que no había visto nada.
A ver si ahora que llega el otoño y las camisetas cerraditas, se soluciona el problema :)

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