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miércoles, 11 de septiembre de 2013

Descontroladas

Así es como nos ponemos mi hermana y yo cada septiembre, justo el día antes de que ella empiece el curso, cuando vamos a La Rocha.
La Rocha es una papelería industrial que está en un pueblo al lado del nuestro. La Rocha, por describirla así con un adjetivo más o menos comedido, es el puto paraíso. Metros y metros de nave industrial en la que se encuentra de todo y de todo a lo grande y por toneladas: bolígrafos, rotuladores, subrayadores, cuadernos, témperas, reglas, grapadoras, pegamento, todo tipo de papel, todo tipo de carpetas, todo tipo de gomas, todo tipo de todo os lo que os podáis imaginar del mundo de las papelerías.
Vamos, poner un pie ahí y que te entren ganas de estudiar, por ejemplo, Ingeniería Técnica Industrial -una carrera así cortita-, todo uno. Es tan, tan guay que todos los chiquillos que corretean por los pasillos experimentan unas intensísimas ganas de empezar el curso, todos sin excepción. Van las madres detrás de ellos con la cesta – ¡te dan una cesta al entrar, los cabrones, ya saben que vas a caer en las garras de la papelería!- en una mano y la lista de materiales en la otra, y los niños venga a echar Alpinos y Plastidecores y gomas Milan y Stabilos y Pilots como si fueran a coger material hasta que llegaran al bachillerato. Ellas, cuando los hijos se alejan como poseídos por el dios del papel corriendo a otro pasillo donde han divisado el papel cebolla, se agachan y sacan de la cesta todo lo que no pone en la lista, pero está todo tan nuevo, huele todo tan bien, que lo dejan como con pena, como diciendo mecachis con lo bien que pintarían mis niños con estos lápices tan bien afilados. 
Bueno, quien dice chiquillos de primaria que enloquecen en La Rocha, dice una chica de diecisiete años a punto de empezar segundo de Bachillerato (mi hermana, por ejemplo), o dice una madre de veintisiete a punto de comenzar a ponerse las pilas con la oposición (yo, también por ejemplo). Cuando nos hemos dado cuenta de todo lo que llevábamos, nos hemos hecho a un lado y hemos reseleccionado con todo el dolor de nuestro corazón. Al final unos cuadernos, unos bolis y unos rotus para mí; y unos bolis, una carpeta, unos subrayadores, un perforador, unos post its, unos fosforitos, unos marcadores, unos separadores…para mi hermanica pequeña de mi corasón. Es una mimada. :)
Me ha encantado acudir de nuevo, como cada septiembre, a compartir con ella ese gusanillo de principio de curso, de cuadernos a estrenar, de bolis sin morder, de reencuentro con los amigos tras el verano, de olor a nuevo al abrir el libro… pero mentiría si dijera que no se me iban los ojos a las cartulinas, a los babies que también había, a la pintura de dedos, a los gomets y a la plastilina, pensando en mi niño, en mi pequeño M., que casi casi cumple un año y que estoy viendo que como el tiempo pase tan rápido como pasó este año, cuando menos lo espere estoy allí con mi rubio caminando entre los pasillos hipnotizado ante tanto material escolar tan tentador, sacando de nuestra cesta todo lo que no nos haga falta cuando él no mire… o autoconvenciéndome de que sí, de que realmente, nos hace falta ;)
A que no soy la única a la que le vuelven loca las papelerías…¿eh, eh, eh?

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