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viernes, 23 de agosto de 2013

La chispa adecuada

A veces, eso es lo que pasa. Salta la chispa adecuada: el lugar preciso, el momento justo, la persona perfecta. Y cuando menos lo esperas, todos esos elementos se alían, se aúnan, se ponen de acuerdo para que esa tarde de fútbol, en el campo del pueblo animando a los del equipo de la familia, salte la chispa y alguien, así por que sí, te mire a los ojos y te pregunte ¿cómo estás?, mientras con la cabeza señala a M. y yo entiendo que no es un cómo estás general, superficial, si no un cómo estás de verdad, cómo te sientes, qué pasa con tu vida.
Y esa chispa es la adecuada para que el ruido de fondo de las gradas llenas de niños y mayores que comen pipas y gritan el nombre de los jugadores e insultan al árbitro y sacan la cara por cualquiera que lleve la camiseta naranja, ese ruido, digo, sea un murmullo que se atenúa mientras pienso antes de responder.
Preguntar a una madre reciente y novata cómo estás es un poco temerario, siempre te va a responder según como esté el churumbel en ese momento: esto es así y viene con el gen de madre. Muy probablmente, pasen muuuuchos años antes de que esa madre pueda responder sin pensar en cómo está su descencendia. Eso pasa mucho:
-¿Cómo estás, Fulanita?
-Pues aquí estamos hija, que ahora han echado a mi Menganita del trabajo
ó
-Pues bien, ahora todo el día con el niño que le han caído siete a ver si recupera.
Esas cosas.
Así que estar, estoy bien, respondo mirando a los ojos a quien me pregunta. Nada es como imaginas que sería, nada sigue siendo igual, nada significa lo mismo ni se mide de la misma forma desde que aquí el de los ojos lindos ocupa su lugar fuera de mí.
Una intenta seguir siendo la misma, claro (lo que no te voy a contar a tí, interlocutor, es que me paso los días intentando que mi misma manera de ver la vida tras parir quede reflejada en un folio en blanco virtual y llegue a alguna persona), y aunque cuesta, en ello estamos. Pero nunca más vuelves a pensar en ti primero. Cualquier plan, sea el que sea, está supeditado a M. y sus necesidades, hasta la más mínima. Si estamos aquí y de pronto marcan un gol y el Nogalillo se viene abajo y M. se asusta por el estruendo de doscientos lugareños encervezados y acolaros, pues le cojo y me escabullo por una esquina y me alejo con él por el camino de nogales hasta que se calma, aunque me joda perderme los otros goles, aunque no veamos al primo recogiendo el trofeo. Aprendes a valorar esa otra realidad, esa otra vida que te pierdes cuando lo que importa es lo que quieres tú y no lo que necesita tu hijo.
Luego está el tema de la ubicuidad. Puedes dejar el niño a la abuela, al padre, a los tíos… le sentirás cerca aunque estés en el lugar más bonito del mundo y te encuentres más a gusto que un arbusto en la pelu, en un spa o dándolo todo en un concierto. No dejas de pensar en él, y si algún momento lo logras…te metes la mano en el bolsillo y te encuentras una toallita reseca o una galleta chuperreteada y vuelves a pensar en sus manitas llenas de arena o sus pies clavados en tus riñones a la hora de la siesta. Y lo echas furiosamente de menos, y hay que aprender a controlar esos nervios de y sí y sí y sí…y sí nada, monada, que no le va a pasar nada.
Cuando tengo algún ratito para mí lo aprovecho a tope, me recargo las pilas, me renuevo por dentro si el agobio me acecha, me cuido por fuera porque me apetece y me gusta, preparo exámenes, organizo proyectos, cotilleo con amigas, hago comida o bailo una canción.
Te cambian el cuerpo y las costumbres. Te vuelves más fuerte, duermes menos pero te cunde más. Planchas menos, lavas muchísimo más, ríes el doble por muy risueña que fueras, lloras por lo menos el triple, sobretodo de felicidad y preocupación. El tiempo vuela, aunque hay ratos que se te hacen eternos. La responsabilidad por su felicidad y su integridad a veces te agobia hasta el punto de ahogarte, pero habrá algo cada pocos días que te diga que lo estás haciendo bien: una sonrisa ante algo bonito, un beso cuando no te lo esperas pero lo necesitas, una mirada que todo lo pone de nuevo en su lugar.
Yo te miro y te digo, amigo de la infancia veraniega a punto de ser papá, que estoy -estamos- y estaréis bien. Te agradezco infinito este rato conmigo para hacerme sacar y contar lo que siento al ser la mamá de este terremoto que ya se aburre y me gira la cara para que le mire a los ojos y le lleve a ver el final del partido que se termina y la gente que se va satisfecha a cenar.

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