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domingo, 14 de julio de 2013

La enciclopedia

Ya he comentado alguna vez que soy profe de historia. Lo cierto es que esto es algo bastante poco ortodoxo, porque yo estudié la carrera de periodismo y todavía estoy estudiando la de Historia a distancia. Pero hice algo que puede ser un arma de doble filo, y es el máster de formación del profesorado. Lo de arma de doble filo lo digo porque este máster puede ser estupendo para alguien como yo que, aunque no tengo la carrera terminada, soy una apasionada de la Historia y es algo que creo puedo impartir con criterio y seriedad, ya que es una de las cosas que más me gustan; o puede dar acceso a las aulas a gente que lo hace simplemente por tener un curro y que no tiene ninguna vocación o interés por la materia en la que se especializa.
Bueno, pues el máster en sí es bastante tonto, por no decir que tonto entero. De materia no aprendes prácticamente nada, y de métodos didácticos…pues bueno, ahí está. Si te tomas un poco en serio el proyecto fin de máster y las prácticas en el cole, puedes sacar algo bueno de él. Total, que yo lo terminé en septiembre del año pasado a los seis días de a luz a M. Allí nos plantamos los tres, en la facultad de Educación de la Complu, a defender la tesina que finalmente me dio el título de profesora de Secundaria. Fue un día grandioso, aprobé con buena nota y recuerdo las palabras de mi padre por teléfono nada más enterarse: Enhorabuena, hija, y ahora disfruta de tu hijo sin pensar en nada más, que te lo mereces. Hacía tres semanas que me habían despedido como a un perro y fue una superinyección de moral, verme en casa con mi precioso bebé, con la lactancia muy bien establecida, con el padre todavía en casa porque le quedaba la mitad de su baja y con mi título de profesora de Historia bajo el brazo.
Bien. De esto han pasado diez meses y aunque, efectivamente, estoy disfrutando de M. como nunca pensé que disfrutaría de la compañía de nadie, esto empieza a pesar. Empieza a pesar la formación que se anquilosa, los conocimientos que se oxidan, el tiempo que va dejándome, en algunos de estos temas laborales, un poco obsoleta. En fin, tengo entre manos un nuevo proyecto que me ilusiona un montón y que explicaré con detalle cuando lo tengo un poco más atado jiji :)
Todo esto para contar que estoy haciendo una colección de National Geographic, una enciclopedia de Historia. No os podéis imaginar lo bonita que es, lo que disfruto cada entrega, lo mucho que me queda por aprender, lo que me gusta sentarme junto a M. con el nuevo tomo entre las manos y darle vueltas, leer fragmentos, mirar las fotos con detalle, apuntar en un cuaderno las páginas y el tomo en las que hay cosas interesantes que usaría para prepara un hipotético temario cuando encuentre trabajo de profe.
Son 30 tomos y ya llevamos 23. Me encanta abrir el buzón una vez al mes y encontrar el aviso de correos con los datos de mi entrega, con la letra horrible del cartero de Galapagar avisándome de que tengo diez días para retirar el paquete. Así que ese mismo día o al siguiente como muy tarde, nos subimos hasta correos M. y yo y recogemos los tres tomos del mes, todos en orden cronológico, envueltos en plástico transparente y a su vez en cartón. Si hemos subido en el carro, lo traigo hasta casa en la bandeja; si hemos subido en el fular, pido unas tijeras en la estafeta, los saco de su cartón y me los guardo en la mochila glamurosa para hacer de contrapeso y poder llegar a casa con M. delante y la sabiduría detrás.
Es uno de los momentos que más me gusta compartir con M., porque además me he dado cuenta de una cosa: él sabe lo que es leer y cómo se coge un libro, incluso pasa las páginas como quien no quiere la cosa. En casa leemos bastante, el padre sobretodo cosas de música y yo muchas novelas y libros de Historia. Me encanta que M., con sus diez mesecillos, ya nos imite y vea el leer como una cosa normal, habitual, buena y digna de imitación.
Y ahora me voy con el último tomo a meter los pies en la piscina. M. duerme, el padre dormita y ya se han ido a cenar todos los niños de la urbanización y es una pasada sentarme en el borde y escuchar el batir de los huevos de la cena, la tele, la música y las conversaciones de mis vecinos, que ahora en verano, salen todas las noches a dejarse escuchar por las ventanas abiertas.

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