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miércoles, 3 de julio de 2013

En el coche de mamá

Dicen que según van pasando los años, todas y todos nos vamos pareciendo irremediablemente a nuestros padres. Pues bien, yo vivía tranquila esperando el momento en el que el orden y la organización de mi madre llegaran a mí y se hicieran con el control de mi vida. Pero hete aquí que con 27 años recién cumplidos nos les veo ni asomarse por curiosidad por aquí, les doy silbiditos, les invoco en medio del caos… pero nada.
Y bueno, en la casa pues más o menos, lo voy disimulando: que si hoy hago a fondo el salón y el resto es que no ha dado tiempo, que si lo meto todo en esta caja si total lo va a sacar en un rato de nuevo, que si uy que viene gente, todo al cuarto de la plancha y puerta cerrada con siete cerrojos. Pero el coche…ay, el coche.
El coche es un corsa pequeñín, divino y antiguo como él solo. Seis años llevamos siendo culo y asiento, hechos el uno para el otro. Mi coche, como buen amigo mío que es, siempre me ha permitido que reine la anarquía en su interior, nunca jamás me ha puesto una pega a los mil cachivaches que conviven y viajan con nosotros en perfecta armonía. Era la gente que montaba de vez en cuando la que ponía peros. Los de menos confianza se quedaban en una mirada como de soslayo a la abarrotada parte de atrás, un apartar con deditos delicados lo que sea que hubiera en el asiento en el que se iban a sentar y un apartar con un pie el libraco de historia que viaja a los pies del copiloto. Los allegaos, iban un paso más allá: Paula, o limpias el coche o te comen los trastos; Paula, te vas a coger el tifus; Paula, o lo vacías o no me monto. En este punto yo tengo algo que decir en mi defensa: no es mierda, mucho ojo, es desorden.
Yo que sé, yo no me doy mucha cuenta: latas, libros, apuntes, paraguas, abrigos, pañuelos,  zapatillas, mantas, discos….y entonces llegó M. y con él un nuevo mundo de cosas que han decidido instalarse en el coche: toallitas, sonajeros, dodotis, muñecos, cojines cervicales, botellitas de suero fisiológico, arrullos, libros de plástico. Encima, hace un par de semanas decidí que el maxi cosi ya le queda pequeño – casi pesa ya nueve kilotes el colega- y le monté la silla del siguiente grupo al lado de la base del maxicosi, así que ahora un adulto no se podría sentar en la parte de atrás, porque ha quedado un hueco mínimo. Y alguien me podía preguntar: ¿y por qué no guardas el maxicosi en el puñetero trastero? Pues porque senté a M. en la otra y le vi muy pequeño. Y como no sé cuando voy a dejar de verle pequeño en la silla de mayores, si dentro de una semana o dentro de tres, y como montar esa silla fue un suplicio de complicado, la he dejado puesta hasta el día en el que le cambie definitivamente. :)
Así que ahora al abrir mi coche, lo mismo te encuentras con los discos de Queen, de Corizonas, de los Rolling rodando por ahí – copias que nos hace el padre, que si no menudo negocio- que con el elefante Pancho lleno de etiquetas -buen amigo de M.-, que con el Nenuco volador que cobra vida propia al tomar las curvas; que con listas de la compra obsoletas amontonadas en la guantera.
Tiene sus cosas buenas, no creáis: cuando me toca esperar para algo dentro del coche (en invierno), tengo lectura; si monta mi hermana y le molesta una lentilla, tengo suero; si hace falta apuntar algo corriendo, tengo papeles; si se levanta frío de pronto, tengo abrigo para mí para otras tres personas; si se me pierde un pendiente -algo muy habitual-, tengo de repuesto en el cenicero-joyero.
Pero como también hay momentos en los que el desorden se vuelve contra mí y tengo que salir corriendo al coche a ver si está allí mi cartilla del paro y en el trayecto casi se me sale el corazón pensando si no la habré tirado antes de ayer cuando llevé el reciclaje, hoy, como cada mañana, nada más levantarme, le he dicho al enano empijamado la frase mágica, la frase más repetida de la historia de la humanidad:
Mañana, sin falta, limpiamos el coche.

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